Sobre Leandro Sampayo Vergara
Leandro Sampayo: el sucreño que dejó huellas en La Guajira
En el panorama institucional y humano de La Guajira hay nombres que se pronuncian con respeto y afecto. Uno de ellos es el de Leandro Sampayo, un sucreño que, con paso firme y carácter noble, supo ganarse el corazón de muchos en esta tierra que lo acogió como a uno de los suyos.
Su paso por la dirección regional del ICBF marcó una época. Muchos wayuu aún lo recuerdan como un hombre fuerte, amable, de carácter y con un carisma arrollador, alguien que sabía escuchar y tender la mano cuando más se necesitaba. No pocos coinciden en que ningún otro director había tenido tanta acogida y cercanía con la gente, especialmente con las comunidades indígenas y los equipos de trabajo que vieron en él a un líder auténtico y comprometido.
Leandro no solo dejó resultados, sino un legado: ser agradecido, mantener la humildad y nunca olvidar de dónde se viene. Su paso por La Guajira estuvo lleno de aprendizajes y de experiencias que lo marcaron profundamente. Aunque reconoce que en aquellos años le faltaba madurez, también aprendió a identificar quiénes fueron sus verdaderos amigos. Hoy, con la serenidad que dan los años y la experiencia, mira atrás con gratitud, sin rencores, entendiendo que en la vida —como en el ajedrez— “gana el que sabe esperar”.
Aun cuando algunos de los que alguna vez recibieron su apoyo hoy le den la espalda, él mantiene su esencia intacta. Sabe que los cargos son de paso, pero las huellas que se dejan en las personas permanecen. Y su autenticidad, esa forma franca y transparente de actuar, jamás será olvidada por quienes compartieron con él momentos de trabajo, amistad y entrega.
Hoy, Leandro Sampayo agradece profundamente a La Guajira por abrirle las puertas y hacerlo sentir parte de esta tierra cálida y generosa. Guarda un cariño especial por cada uno de sus municipios, por su gente trabajadora y por los rostros que le recordaron que servir también es querer. En especial, Uribia y Manaure ocupan un lugar importante en su corazón; allí, entre los wayuu, dice sentirse “uno más de ellos”, un hermano de palabra y de respeto.
Y si de afectos se trata, Urumita tiene un significado aún más profundo. “Ese pueblo es mi segundo Sincelejo —dice con emoción—, allí me acogieron como a un hijo”. Nunca olvida los gestos sencillos que marcaron su paso: un amigo fiel que lo recibía con arepas y carne molida, símbolo de amistad, de lealtad y de valor. “Más que la comida, fue el gesto —afirma—, porque lo que se sirve con el corazón nunca se olvida”.
El mensaje que deja a los guajiros es claro y contundente: aun en las adversidades o las disputas, siempre debe prevalecer el diálogo y la concertación. Sampayo, desde su conocimiento de los temas sociales y de infancia, invita a los mandatarios locales y a todos los actores públicos y privados a reflexionar y poner a la niñez como prioridad real, a “ponerse la camiseta” para conseguir resultados tangibles.
En sus palabras, las rivalidades solo traen pobreza y atraso, mientras que el trabajo unido y la empatía construyen futuro. Reconoce con respeto el liderazgo de muchos hombres y mujeres de esta tierra, pero no duda en cuestionar a quienes, teniendo la oportunidad, no han velado verdaderamente por el bienestar de La Guajira.
Porque para él, servir no es figurar, es transformar.
Y en esa convicción seguirá caminando este sucreño agradecido, que dejó huellas profundas en el alma guajira y que, con el tiempo, quizás vuelva a recorrer estas tierras… no como visitante, sino como uno más de su gente.

